viernes, 10 de septiembre de 2010

Ketchup

La comisaría era una colección de personas que más o menos ordenadamente esperaban su turno para algo. Era así todos los días, cuando llegaba el turno de la mañana ya había una larga cola de gente esperando que rara vez tenían una sonrisa en el rostro. Trabajar cara a ese público poco complaciente era como ser maestro de ceremonias en un circo, había que estar dispuesto a ser un poco payaso si era necesario, hacer gala de modales y no acobardarse si tocaba tratar con alguna fiera. El comisario Duran se alegraba mucho de haber pasado ya por aquella fase, aunque de vez en cuando le tocase lidiar con todo tipo de fauna. Las interminables horas de mostrador y el despliegue de infinita paciencia eran cosas que quedaban muy atrás. Él se instalaba en su despacho, leía enormes pilas de informes, supervisaba y firmaba documentos. Vivía como en una burbuja donde si no era necesario no tenía que aguantar demasiado a nadie y eso le hacía feliz a él y también a sus compañeros de trabajo, que lo consideraban un hombre eficaz que nunca se metía con nadie, aunque les fastidiaba que generase tan poco sobre lo que cotillear. Los chupatintas de la oficina apenas sabían nada de él; era un hombre casado, tenía dos hijos. En verano se iba al campo porque odiaba las aglomeraciones de las playas y en navidades se iba a la playa por lo mismo. Evitar a la gente se había convertido en un arte para él. Solo tenía una manía que despertaba curiosidad en sus compañeros de trabajo. Siempre que podía evitaba comer en la oficina, aunque eso supusiese coger el coche ir a su casa para comer con prisa y regresar con cara de mala digestión, Muy de cuando en cuando se llevaba alguna fiambrera de casa, pero entonces siempre tiraba el contenido del recipiente de plástico a la basura y se comía algún bocadillo de aspecto poco apetitoso. Esto había hecho correr la voz entre sus compañeros de que su mujer debía ser una pésima cocinera y durante años eso dio pie a innumerables bromas.

Una mañana tiró al contenedor una ración de macarrones a la boloñesa que tenían un aspecto estupendo, sacó diez euros de su cartera y le pidió a Saez, el celador, que hiciese el favor de traerle un bocadillo de salchichas del bar que había frente a la comisaría.

-¿Tienes que quedarte a comer?-Preguntó el comisario regresando a su oficina

El celador contestó que no le quedaba otro remedio, el inspector le dijo que entonces comprase otro bocadillo si le apetecía. Saez salió de la comisaría, se alzo el cuello del abrigo y se convenció de que aquel hombre no estaba del todo en sus cabales, desaprovechar una buena comida a favor de un par de salchichas con mojo picón de bote y un pan casi de goma no podía ser una mera cuestión de gustos. Atravesó la atmósfera rancia del bar, compró un par de bocadillos de salchichas del país, aunque Saez nunca había sabido a que país se referían los del bar y prefería pensar que aquellos sucedáneos de carne provenían de un lugar peor, de Portugal quizás o de Francia, los franceses sabrán hacer caracoles pero embutidos no tienen ni idea. Esta, al menos, era su teoría y pensaba contársela al comisario en cuanto pudiese, a ver si era posible hacerle desistir de su pésima costumbre. Entró de nuevo en la comisaría y comenzó a desgranar sus ideas sobre alimentación, el comisario apenas parecía escucharlo, demasiado ocupado en luchar a mordiscos contra su almuerzo, que parecía dispuesto a presentar una chiclosa resistencia pasiva.

-Al menos, no tire la comida, que no están las nominas como para darse esos lujos-Dijo Saez tras un largo trago de cerveza-Si no se lo quiere comer, démelo a mi que no me da vergüenza comer de prestado.

El Comisario Duran levantó los ojos de su almuerzo y miró al celador con una expresión indescriptible.

-Ande no diga barbaridades-Le contestó antes de echarlo de su despacho.

Saez se encontró en el pasillo con su bocadillo en la mano antes de que le diese tiempo a reaccionar “Este hombre está loco” pensó tras tirar lo que quedaba del almuerzo

A la mañana siguiente, para sorpresa del celador, el inspector volvió a llamarlo a la hora de comer esta vez había pedido una pizza y le ofreció un pedazo.

-Ayer fui maleducado-Le dijo- Si le cuento una cosa ¿Puedo contar con su discreción?

El celador se sentó en la mesa, acepto la porción de pizza y como es habitual en estos casos aseguró que su discreción estaba totalmente garantizada. El comisario abrió su lata de cerveza y fundió el chasquido del gas enlatado con un suspiro de resignación.

Era una historia vieja y no podía explicar porque le había impactado tanto, a lo largo de su carrera le tocaría ver cosas peores. Tal vez porque era demasiado joven, tal vez porque no volvió a toparse con algo semejante…el caso era que el comisario nunca había logrado quitársela de la cabeza. Le había marcado más de lo que le gustaba reconocer.

La mañana que escuchó en el telediario que su periodista deportivo favorito estaba ingresado en el hospital con pronóstico grave pensó “pobre hombre” y prestó un poco mas de intención a la noticia por la simple afición al cotilleo y a la desgracia ajena. Tampoco decía gran cosa, había ingresado de madrugada, con una dolencia de origen desconocido y estaba en la UCI. Su mujer sirvió un par de cafés, comentaron algunas trivialidades al respecto, desayunaron charlando y después se fueron a trabajar. Poco se imaginaba que al llegar a la comisaría se encontraría con el hospital había pedido que se abriera una investigación ya que consideraban que existían indicios de posible delito. Se quedo perplejo, pero aquel estado no duró mucho. Llamó a Gómez Blanco, un policía que estaba a punto de ser ascendido, un tipo trabajador y razonable al que le apetecía ayudar. Dio órdenes al resto de personal de no hablar con la prensa hasta que se hiciese un comunicado oficial.

Gómez Blanco estaba encantado por aquella oportunidad para lucirse y añadir otra estrella a su implacable historial, propuso llevar el asunto con discreción, el inspector estuvo de acuerdo, odiaba lidiar con la prensa y ambos fueron al hospital con estados de ánimo muy distintos. Gómez estaba radiante, Durán en cambio tuvo el ceño arrugado todo el camino, odiaba tratar con personajes públicos, el riesgo de que cualquier rumor acabase en los periódicos era demasiado grande y los policías suelen salir mal parados en estos casos. Cuando llegaron se encontraron con que los familiares estaban tan destrozados como los médicos desconcertados. El enfermo tenía un aspecto horrible, pesé a que le habían puesto bastantes sedantes como para atontar a un elefante, aquel hombre atractivo que leía las noticias deportivas en los telediarios del mediodía era el retrato del sufrimiento, algo muy poco edificante de contemplar. Los padres del enfermo aseguraban que siempre había gozado de una excelente salud, que no tenía ningún vicio fuera de tomarse unas copas al salir de trabajar. Los médicos no sabían a donde agarrarse, daba negativo en todo tipo de tóxicos, no era un virus. Ni en las radiografías, ni en ecografías se veía algo relevante, sin embargo tenía una hemorragia interna severa, y el pronóstico no era nada alentador. El medico que habló con ellos, un hombre canoso de aspecto apacible, de esos que inspiran confianza en enfermos y familiares, les dijo que harían una biopsia urgente y se comprometió a enviarles los resultados. Su esposa estaba, como corresponde a las esposas, totalmente destrozada. Resultó que era una famosa restauradora, tenía un programa de cocina en un canal de televisión por cable, del que su esposa era devota seguidora, solía cocinarle sus recetas, muy orgullosa de ser capaz de preparar aquellas sofisticadas delicias. “No todo el mundo es capaz de cocinar a este nivel” le decía dejando sobre la mesa una ración mínima de comida primorosamente decorada. Aquella mujer tenía además su propio y carísimo restaurante. Era preciosa, pelo castaño rojizo, formando suaves ondas, rasgos finos y una perfecta piel sonrosada. Había algo en ella que recordaba a las grandes bellezas del cine en blanco y negro. Sentada junto a la cama de su esposo, con los ojos azules arrasados por el llanto, era la perfecta heroína para una película de Bogart. Les contó que llevaban poco tiempo casados, apenas tres años, que trabajan muchas horas y apenas se encontraban a lo largo del día, excepto los fines de semana, que eran sagrados para ellos. Él siempre había gozado de buena salud. El lunes por la tarde empezó a sentirse mal y el martes a mediodía ya estaba ingresado. No sabían que podía pasarle, no había nada ni nadie de quien sospechar algo malo. Ella creía que solo se podía culpar al destino “Y usted no puede encarcelar a la mala suerte” Le dijo entre sollozos. Aun así dejó su tarjeta. Antes de marcharse encargó a Gomez Blanco que pusiese en manos de los forenses de la policía todos los resultados de las pruebas médicas. Él se pondría con el papeleo, quería solicitar una orden de registro, aunque solo fuese por cumplir con los trámites

El inspector regresó a su casa agotado y con la moral por los suelos, para acabar de rematar el cuadro su mujer le había preparado una especie de cubo de arroz con especias al que empezó a cogerle el gusto cuando ya no quedaba nada en el plato. Gómez Blanco no tuvo mejor suerte, a él ni siquiera le esperaba una cena insípida en casa, se acostó con el estomago vacío y estuvo demasiado tiempo pensando en la malas jugadas que se gasta a veces la vida. Ambos durmieron poco y mal. El despertador sonó mas implacable aun que otras mañanas y tras el sonó el teléfono; al parecer la esposa del periodista deportivo quería hablar con ellos lo antes posible, iba de camino a la comisaria. El inspector Durán fue el primero en llegar, pero realmente no lo hizo movido por ningún mal presagio, ni por ningún pálpito de buen detective, simplemente estaba deseando acabar con aquel asunto. Se dio tanta prisa que llegó antes incluso que la interesada. Pidió que la llevasen a su despacho en cuanto apareciera y se puso a fingir que trabajaba.

No paso mucho tiempo hasta que la vio atravesar el pasillo, seguida por Gómez Blanco que se regalaba la vista con su silueta, llevaba un abrigo color ciruela que destacaba tanto su palidez que la hacía parecer casi traslucida, una de esas prendas estilosas y de buen corte que se asemejaba vagamente a un pétalo de flor, así la recordaría muchos años después, como una de esas flores que crecen sin ton ni son en los cementerios, a la sombra de la muerte.

La mujer entró en el despacho apretujando contra su nariz gotosa un kleenex muy maltrecho, el inspector Durán el ofreció el mejor asiento de la habitación, Gómez prefirió quedarse de pie.

-¿Alguno de ustedes quiere un café?-Preguntó señalando la carísima cafetera que su esposa le había regalado para el despecho.

Ambos negaron con la cabeza, Duran se sentó decepcionado, le apetecía mucho tomarse algo que apartase un poco de aquella situación.

-Usted dirá- Dijo al fin

-Quizás ya han salido los resultados de las ultimas pruebas que le hicieron a mi marido- Respondió ella como si eso lo explicase todo.

-No, aun no- Respondió Gómez Blanco

La mujer se giró a mirarlo, una mirada extrañada e incluso algo ofendida que hizo callar al aspirante a inspector.

-Pensaba contarles esto dentro de unos días, cuando mi esposo hubiese muerto. No quería hacerle pasar por un mal trago, pero tal vez salgan a luz ciertas cosas…-Un sollozo cortó en seco su discurso, respiro profundamente, cambio su pañuelo por uno nuevo y siguió hablando-…No quiero que mi marido tenga que ver como me detienen, quiere ahorrarle eso. No se merece sufrir más.

Los policías intercambiaron una mirada de desconcierto.

-Señora ¿Quiere usted contarnos algo?-Duran se sintió estúpido en cuanto dijo aquellas palabras.

-Si-contestó ella reforzando la afirmación con la cabeza, aquello pareció darle confianza para continuar-Si tengo que contarles algo, y quizás después también les pida un favor.

“Tienen que entenderme me he casado ya mayor. He trabajado duro desde muy joven y siempre me he considerado una mente práctica, nada a favor de las tonterías románticas. Por supuesto tuve algunas relaciones antes de conocer a mi marido, pero ninguna cuajó. Piensen lo que quieran yo estoy convencida de que el destino me reservaba para él. Y nos conocimos en una entrega de premios deportivos, mi restaurante organizaba el catering. Era un hombre divertido, amable, estaba a un universo de distancia de todos aquellos analfabetos millonarios de los que hablaba todos los días en las noticias. Me cautivó. Fue un noviazgo breve, ambos estuvimos de acuerdo en que lo mejor era formalizar nuestra relación pronto, antes de que los rumores la viciasen. Nuestra boda fue discreta, por motivos de trabajo la luna de miel fue corta”

En este punto la mujer volvió a coger aire y a limpiarse la nariz,
“Nos veíamos poco entre semana, nuestros horarios eran casi incompatibles. Solo coincidíamos por la noche, para cenar y acostarnos. Ya saben como son esas cosas, yo me pasaba el día suspirando porque llegase ese momento de sentarnos en el sofá y comentar nuestras cosas, y lo hacíamos pero muy poco. Él prefería ver la tele y dormirse pronto. Empecé a intentar atraer su atención con otras cosas. Pensé algo que pudiese valerme y encontré a mi mejor aliado en la comida. Siempre ha sido tragón. Empecé a esforzarme en llegar temprano del trabajo para poder prepararle mis mejores recetas, me desvivía en aquella cocina. Créanme cuando les digo que ni los más importantes jefes de estado han comido cosas mejores que él. Le servia lo mas selecto de mi recetario, con los mejores ingredientes. Funcionó. Apagaba la tele y se sentaba a cenar conmigo, hablábamos, disfrutábamos de la comida, del vino, del placer de hacer algo juntos. Al menos durante un tiempo.

“Después lo nombraron jefe de la sección de deportes y cuando llegaba a casa solo le apetecía meterse en la cama, incluso se los pasaba durmiendo los fines de semana que no trabajaba. Pude soportarlo porque trasladé el empeño de las cenas a las comidas de sus poco días libres, pero me bastaba mirarle a la cara para darme cuenta de que ya apreciaba ni mis esfuerzos ni a mi. Yo me había convertido en una costumbre. Tal vez podría haberlo aceptado pero un día llegó del trabajo y había hecho la compra en uno de esos horribles y vulgares supermercados corrientes. No había comprado lejía o limpia cristales no, había comprado una botella de ketchup, otra de mostaza barata y un bote de mayonesa, sentí un vértigo horrible al ver en mi despensa semejantes aberraciones al gusto y sin embargo lo acepté. Acepté que empezará a echárselo a mis comidas aunque me sentía como si me escupiese en la cara día tras día, aguanté y aguanté hasta que un sábado le hice un solomillo de avestruz a la mantequilla y él probó el primer bocado, se fue a la nevera sacó el ketchup y roció todo el plato. Arruinó mi guiso y no solo eso, después de atrevió a migar pan, a dejar el plato limpio como si yo fuese la cocinera de una fonda. Me puse como una fiera. Grité, rompí cosas, hasta lloré. Si, lloré porque me sentía humillada hasta lo más intimo. Mi marido se sobresaltó, trató de explicarme que ahora entre semana comía en una hamburguesería que estaba cerca de la redacción, que le había cogido gusto a aquellos bocadillos grasientos. No era capaz de entender que cada uno de los platos que lo servia eran una demostración de amor. Despreció mi cariño”

“Empecé a prepararle fiambreras para el trabajo, quería que dejase aquella comida barata. Pensé que lo había logrado hasta que un día olvidó su almuerzo en el coche. Tenía un rato libre así que pensé en darle una sorpresa y llevárselo en persona. No estaba en su despacho, lo que si estaba allí eran varias de mis fiambreras con su contenido intacto y una papelera llena de envoltorios del Burger Queen”

“No puedo describir el dolor que sentí, fue como encontrarlo con otra mujer. Yo le ofrecía lo mejor de mí y él prefería comer en cualquier esquina. Esa tarde en casa desenrosqué la bombilla de una de las lámparas del pasillo, machaque el cristal hasta convertirlo en un polvillo muy fino, lo puse en el ketchup de mi marido y lo volví a meter en el frigorífico”

Duran y Gómez Blanco vieron como la mujer sacaba una sobada botella de ketchup de su bolso y la dejaba sobre la mesa mientras un escalofrío los dejaba sin palabras.

“Pensarán que estoy loca, pero yo aun amo a ese hombre y no quiero un divorcio que nos amargue la vida, ni dejar que nuestra relación se vaya muriendo hasta convertirnos en extraños que comparten cama. En mi corazón él siempre estará vivo, siempre será el hombre perfecto. Les rogaría que esperasen a que muera para arrestarme”

Saez dejó el bocadillo sobre la mesa sin cerrar la boca como si no pudiese tragarse la historia al mismo tiempo que la comida. El inspector apartó la mirada con una mueca de asco. Tras un momento el celador se limpió los labios.

-Pues si por eso no se fía de la comida de su señora me parece comprensible, pero mas vale que no lo pille- Dijo con una sonrisa socarrona.

Salió del despacho silbando.

viernes, 11 de junio de 2010

No tengo palabras

Primero de los cinco cuentos que tengo que entregar para el master.



No tengo palabras.

Sus pasos resuenan por el pasillo, tac, tac tac, mi corazón late al mismo tiempo que sus tacones sobre el mármol. Hoy es el gran día, hoy por fin le diré a Ana que la amo, que llevo amándola mucho tiempo y que sé que ella aunque se esfuerza en disimularlo, me corresponde. Lo sé por como brillan sus ojos castaños al mirarme de reojo cuando estamos sentados juntos, por el modo en que me acaricia con cualquier excusa y sonríe mientras se me eriza hasta el ultimo pelo del cuerpo. He esperado el momento perfecto y, queridos señores, es hoy.

Las circunstancias son perfectas porque “El Otro” hizo esta mañana la maleta, lo observé desde la puerta del dormitorio; metió dentro su pijama más grueso, sus apestosos frascos de colonia y el ordenador portátil al que no me deja ni acercarme, en fin, todos sus bártulos. Ana lo ayudó, se veía claramente que estaba deseando que se largara tanto como yo, no paraba de meterle prisa y de reñirle porque siempre lo deja todo para el último momento. Él le dio un beso fugaz antes de salir “Te llamo en cuanto llegue a Barcelona” le dijo. Es una frase de despedida vulgar y sin romanticismo. Ese patán no la trata como se merece y por eso no siento el menor remordimiento al pensar en lo que va a ocurrir esta noche. Dentro de nada. Ella cerró la puerta y clavó en mi una de esas miradas cómplices que adoro “Tenemos el fin de semana para nosotros, gordo” Me dijo antes de darme un beso en la frente, coger su abrigo a toda prisa y marcharse, el sonido de sus pasos perdiéndose a ritmo acelerado mientras se acerca al ascensor, tacatacatacatacataca, después silencio.

Me he pasado toda la mañana preparando nuestra primera velada intima. Primer Paso: Ensayar ante el espejo lo que le voy a decir. Eso ha sido lo más difícil, debo reconocer para mi inmensa vergüenza que las palabras no son mi fuerte, no es que sea tímido, es que sencillamente soy torpe con ellas. En mi cabeza el discurso está claro pero de ahí a soltarlo hay un largo trecho, así que normalmente prefiero permanecer en un discreto silencio que además me hace parecer terriblemente misterioso y enigmático. “Me encantaría saber que estas pensando” me suele decir Ana a veces mirándome por encima de la pantalla de su ordenador. “En ti y solo en ti” quiero contestar yo, pero en lugar de eso aparto la vista y me hago el tonto. Esta situación ya ha durado bastante y tiene que acabar porque además cada vez soporto menos a “El Otro” Ese tipo no pinta nada en nuestras vidas y cuanto antes se vaya mejor. Invierto media mañana ensayando como un cretino delante de mi propia imagen, hasta que al final acabo cansándome de mi cara. El esfuerzo merece la pena, creo que he conseguido construir un discurso convincente, lleno de argumentos pasionales que no pueden rebatirse más que con el amor. La pasión, estimados colegas no puede debatirse, se tiene o no se tiene. Una vez preparados los argumentos paso al Segundo Paso: acicalarme. Me gusta cuidar mi aspecto, no voy a negar que soy bastante coqueto y estoy especialmente orgulloso de mi pelo, es tan negro y suave que llama la atención, sobre todo porque siempre lo llevo impecable. “Tienes un pelo precioso” suelen decir las chicas que pasan por casa, eso y que estoy muy gordo. Esto último me parece bastante insensible ya que mi sobrepeso se debe casi en su totalidad a un reciente problema hormonal bastante grave que Ana trata de hacerme combatir mediante una dieta forzosa, acepto este ultraje porque su



preocupación por mi salud es solo un indicio mas de que siente algo por mi. Hoy es un día crucial, así que me tomo mi tiempo y me aseo a conciencia, para la ocasión me peino con mucho mas cuidado que otros días, las palabras de amor pesan mucho mas si las acompaña una buena apariencia. Triste pero cierto. Tercer Paso: esperar. Una vez hechos los preparativos solo queda esperar su llegada con elegante indiferencia, es el paso mas duro, porque estoy tan nervioso que podría ponerme a arañar todos los cojines de la casa hasta sacarles el relleno, no lo hago porque eso es mandar el feng sui al carajo y sé que Ana es devota de todas esas pamplinas, pero vamos, ganas no faltan.

Las horas se estiran perezosas y crueles hasta que, por fin, la oigo llegar. Es el momento, me siento en el sofá todo tieso, señorial y elegante como solo yo puedo estar, añado a tan fantástica mezcla una dosis de indeferencia, que ella no sepa que la espero. Quiero que me encuentre interesante, no patéticamente desesperado, que es como realmente estoy

Ana cierra la puerta tras de sí con un resoplido de alivio, deja las bolsas de la compra sobre la mesa y guarda el abrigo en el armario de la entrada. Esto forma parte de su ritual cotidiano de regreso a casa, después se sienta a mi lado “Chico vaya día” me dice mientras va sacando el contenido de una de las bolsas “¿Qué te parece si cenamos prontito y nos vemos una peli?” Al oír esa pregunta sonrió para mis adentros, todo marcha según el plan. Así que ella se levanta y yo la sigo hasta la cocina. Como siempre se abre una cerveza y se sirve unas rodajas de salchichón, le gusta picar mientras va colocando las cosas en el frigorífico. El olor del embutido me encanta, es endemoniadamente tentador pero cuando intento coger un poco Ana retira el plato “Ni hablar, luego la que aguanta tus gases soy yo” Retrocedo frustrado, es cierto que el picante no acaba de sentarme bien pero no era necesario ser tan hiriente, a veces pienso que a este mujer le gusta humillarme y que yo claramente debo ser masoquista.

Con la cocina en orden llega el momento de hacer la cena. Ana abre una fiambrera con un poco de arroz con pollo de hace un par de días, olisquea su contenido un segundo y después arruga la nariz “¿Te apetece?” me dice mostrándome el contenido del cacharro. Eso es lo que me gusta de ella, cuando “El Otro” no está siempre me ofrece cosas exquisitas para comer, me guarda los mejores bocados, autenticas delicatessen. Estos mimos son una prueba más de que es a mí a quien ama, ya que a “El Otro” jamás le hace semejantes ofrecimientos. Cenamos, yo arroz con pollo, ella una repugnante ensalada de hierbajos purgantes. Le encantan esas guarradas, hasta miga pan en el aceite que queda en el bol mientras dice “No debería comer tanto pan, pero un día es un día” Dijo lo mismo ayer y antes de ayer, a mi me parece que su saludable apetito es solo uno de sus muchos encantos pero esta claro que no opinamos lo mismo al respecto. Recogida la mesa reunimos un extraño montón de cosas para picar, desde gominolas hasta nueces, solemos hacerlo siempre que estamos solos, nos hinchamos de comer porquerías y al día siguiente los dos nos despertamos con el estomago hecho polvo y jurando que nunca más. Reunido nuestro pequeño y extravagante banquete nos acomodamos y elegimos la película, hoy toca “El violinista en el tejado” Ana se sabe de memoria todas las canciones. Aquí estamos los dos, sentados en el sofá delante de la televisión, ella canturrea y yo la contemplo sin atreverme casi a moverme. Estoy a punto de hacerlo en dos ocasiones pero me falta valor. ¡Es tan trascendental este paso que quiero dar¡ ¿Qué haré si me dice que no? Querré morir y desde que pusieron las mosquiteras en las ventanas lo del saltar al vacío es francamente difícil.




La observo encandilado, su suave pelo oscuro. No es tan suave como el mío pero si mucho mas largo, sus delicados labios ocupados en tararear, los dedos largos que tamborilean sobre el tapizado del sofá... Estoy prendado de ella y debe saberlo. Me aclaro la garganta y empujo las palabras hasta la punta de la lengua. Entonces ocurre algo raro de verdad, Ana se levanta del sofá de un salto, alza los brazos y se pone a dar vueltas por el salón como un derviche borracho:

If I were a rich girl,
Ya ha deedle deedle, bubba bubba deedle deedle dum.
All day long I'd biddy biddy bum.
If I were a wealthy girl.
I wouldn't have to work hard.
Ya ha deedle deedle, bubba bubba deedle deedle dum.
If I were a biddy biddy rich,
Yidle-diddle-didle-didle girl.

Da saltitos sobre la alfombra con un envidiable entusiasmo, desafina con énfasis, esta despeinada y sonríe bailando con un acompañante invisible. Decido que yo debo ser ese acompañante y me lanzo tras el vuelo de su bata contagiado con el entusiasmo del momento. Bailamos mientras el extraño hombre barbudo de la tele alimenta a sus gallinas y canta para nosotros, yo trato de seguir el ritmo de Ana pero ella me torea y se ríe de mis intentos por alcanzar su bata. “Venga colega” me anima muerta de risa “échale huevos”. Creo que esta chica a veces olvida que por su culpa desde hace cuatro meses no le puedo echar huevos a nada, pero el juego de las vueltas me entretiene y decido no molestarme por el comentario. La película se convierte en una fiesta, cada vez que toca una canción animada saltamos y damos vueltas sobre la alfombra hasta caer agotados, nos miramos a los ojos y ella me besa la nariz “Eres el mejor amigo del mundo” Una mierda amigo, los días de amistad se acabaron, en cuanto acabe la mandanga esta le suelto la charla.

Entenderéis que durante el resto de la película ando con los nervios a flor de piel, entre la trascendencia del momento y una mosca que se pasea por el salón (lo que me obliga a perseguirla por todas partes, porque tengo una sería compulsión por los pequeños objetos en movimiento) paso un par de momentos altamente tensos. Ya estoy harto de estos cantarines que se pasean por la pantalla, harto del ensimismamiento de Ana que hace un rato que ha perdido el interés en mí y sobre todo harto, hartísimo del goteo del grifo del fregadero que parece que solo lo escucho yo. Pequeños detalles como estos hacen que los momentos mas sublimes se queden al triste borde de la mediocridad, no hay nada más cutre que lo cotidiano. Mi alma es poética por naturaleza, no puedo soportar la imperfección en los momentos álgidos de mi existencia. Decido esperar a que Ana esté más centrada, a que la mosca se vaya a tomar viento y a que logre olvidarme del goteo del grifo…Se me ocurre que voy hacer una locura magnifica, tal vez un poco excesiva, que demonios, no todos los días se le declara uno a la mujer que ama.





La película acaba, Ana se suena la nariz emocionada por el final feliz y el triunfo del amor en circunstancias adversas. “Ya te daré yo amor” pienso mientras la observo secarse los ojos con la manga de la bata.
Ana apaga la tele, se mete un kleenex usado en el bolsillo, aumentando de este modo la colección de papel usado que guarda en ellos con la vil excusa de que destrozo las servilletas. No es cierto, solo jugueteo con ellas porque tengo impulsos creativos. Se levanta del sofá con un pequeño y adorable bostezo, se estira, se rasca la espalda.. El momento, mi momento.

Como siempre me cierra la puerta del baño en los morros, puedo escuchar su ritual de aseo nocturno, el cepillo de dientes eléctrico que tanto repelús me da, la cancioncilla que tararea mientras se pone sus cremas, el correr del agua de la cisterna. No podéis tacharme de voyeur por este espionaje, técnicamente no estoy viendo nada, solo escucho y no me hace falta ni pegar la oreja a la puerta, Ana es muy escandalosa.
Me escondo detrás de la puerta de su dormitorio antes de que salga. La veo acercase a la cama y quitarse la bata, lleva ese pijama de felpa rosa que hace estática cuando me acaricia y me pone los pelos de punta. Odio ese pijama, se lo arrancaría a mordiscos, lo juro, al menos las mangas. Se mete en la cama haciendo un ruidillo acogedor con las sabanas frufrufrufru. Es bastante tarde así que no se va a poner a leer, apaga la luz y entonces yo me deslizo silenciosamente por la habitación, salto encima de la cama. Me pego al calor de su cuerpo, al perfume a ensalada de su aliento. Ana se sobresalta, pero en lugar de darme una patada y echarme que es lo que hace “El Otro” me hace un hueco junto a ella y pasa su mano por mi cuello, la baja por la mi espalda una y otra vez. Cierro los ojos y me dejó arrastrar por la dulzura de sus manos sobre mi cuerpo. Es ahora o nunca, tengo su cara tan cerca…Tengo que decírselo, tengo que soltar todos estos sentimientos o explotaré, moriré de amor inútilmente acumulado. Respiro hondo, cojo aire, me concentro en las palabras. No puede ser tan difícil, ellos dos eso de hablar lo hacen constantemente y muy listos no es que sean. Entonces Ana se pone a rascarme la barriga y el apocalipsis de la dialéctica se cierne sobre mi, adiós discurso brillante, adiós a las frases elevadas, a los radiantes sentimientos, adiós a todo. Descubro que no tengo palabras. Simple y llanamente no soy capaz de hablar, en su lugar me pongo a ronronear como si tuviese dos meses y después se me escapa un maullidito de placer totalmente ridículo y fuera de lugar. Glorioso, otra vez la he fastidiado.

Ana me coge en brazos y me deja acurrucarme bajo las sabanas, junto a ella y su pijama de felpa, me da besitos entre las orejas y me acaricia la barbilla. El paraíso, queridos amigos, es esto. Por cosas así la amo hasta tal punto que le perdono haberme castrado.
Eso si, en cuanto se duerma me meo en el lado de la cama de “El otro”

domingo, 16 de mayo de 2010

Tenemos mucho teatro

Breve entrada teatral improvisada, como solo teníamos media hora para escribir usé algo de mi arsenal de apuntes. Es cutre a matar, pero con media hora me doy con un canto en los dientes

Desvencijado cuartel de La Corte, Nicasia está ante un maqueta de la ciudad improvisada con todo tipo de materiales. Lleva la camisa remangada hasta los codos, arrugada y mal abrochada. Se lleva las manos a las sienes con gesto cansado. Llaman a la puerta y Manx entra)

Manx: Tengo que hablar contigo

Nicasia: Que sea rápido, no andamos nada bien de tiempo

Manx: Nos dan hasta el amanecer para rendirnos. Si no aceptamos arrasaran la ciudad y no tomarán prisioneros.

Nicasia: Ya lo he oído, no se podía esperar otra cosa.

Manx. ¿Y qué vamos a hacer?

Nicasia: ¿Cómo qué que vamos a hacer? La votación ya está hecha, La Corte no se rinde, lucharemos.

(Manx se acerca a Nicasia y le agarra las manos)

Manx: Hay una tercera opción, fui a su campamento hace unas horas y he podido negociar una vía de escape. Podemos marcharnos las dos esta noche y dejar alguna de las puertas de la muralla abierta. Han prometido que no habrá más represalias que las justas si los dejamos entrar.

(Nicasia se suelta de Manx bruscamente y retrocede varios pasos)

Nicasia: No me puedo creer que hayas ido a negociar con esos asesinos ¿Tu escuchas lo que dices? ¿Más represalias que las justas? ¿Quién decide eso? ¿Como se mide la venganza?

Manx: Asúmelo, la guerra está perdida. Solo trato de evitar una matanza.

Nicasia: ¿Entonces porque no me pides que rinda la ciudad? En ese caso la amnistía sería completa.

Manx: Te ahorcarían solo a ti. A mi este puta ciudad no me importa mas que tu, la quemaría entera por salvarte. Si he negociado con esas bestias ha sido por amor.

Nicasia: ¡Estas loca¡

Manx: ¡La guerra se ha terminado¡!Hemos perdido¡ Pero al menos nosotras podemos salvarnos ¿Qué tiene de malo querer sobrevivir?

Nicasia: Que quieres sobrevivir a cualquier precio. Esperaba más de ti.

(Manx intenta abrazar a Nicasia que se aparta de ella)

Manx: No pasará nada, lo han prometido. Por favor escúchame, estoy intentando salvarte, salvarnos a las dos ¿No te das cuenta de que he arriesgado el pellejo por ti?

Nicasia: ¿Yo valgo más que toda esa gente?

Manx: ¡Para mi si! No quiero verte morir por una causa perdida.

Nicasia: Y yo no quiero vivir con esa vergüenza en mi conciencia, cargando tanta sangre a mis espaldas. (Se da la vuelta hacía la mesa). No hay mas que hablar, me quedo

Manx: Nadie te recordará si mueres, nadie va a agradecerte esto.

Nicasia: No lo pretendo, me conformo con poder seguir mirándome al espejo.

Manx: No me hagas esto, vente conmigo. Acabarás por olvidar, el tiempo todo lo cura, en cambio morir es definitivo.

Nicasia: (Coge algo de la mesa) ¡Callate¡ Ya me has oído. He tomado una decisión.

Manx: ¿Te quedas?

(Nicasia se vuelve y apunta a Manx con una pistola)

Nicasia: Estas detenida por traición.

Manx ¿Qué? (trate de acercarse)

Nicasia: Si das un solo paso disparo.

Manx: No me hagas esto…

Nicasia (Con lágrimas en los ojos, pero sin bajar el arma) Lo siento.

Dos soldados entran en la habitación

Nicasia: Llevaos a la señorita Manx, está detenida.

lunes, 8 de febrero de 2010

Reescribir un poema usando sinónimos

Egloga I (Original de Garcilaso)

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Egloga I (con lenguaje actual)

¡Oh mas dura que un pedrusco a mis quejas
Al tórrido calorcillo en que me quemo
Mas fría que un carámbano, Galatea
Que estoy espichando y aún a la vida temo
Y témola con razón pues tú te piras
Me da un palo que me vea
Algún colega en tal estado
Como un pino plantado
Que de mi mismo me avergüenzo ahora
¿Del menda desdeñas ser señora
Cuando antes no me dejabas
Tranquilo ni una hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

miércoles, 3 de febrero de 2010

Parodía de texto periodístico

De nuevo para la clase de poesía, la parodía de un texto periodístico. No tengo ni las remota idea de que tiene que ver la poesía con este ejercicio. Si alguien lo adivina, que me lo diga.
Por cierto lo de Bogotá (Bolivia) está puesto a drede, que os conozco. Ya se que Bogotá está en Soria



La riqueza moral de los españoles en números rojos.


Según un reciente estudio realizado por la CEE, España está en los niveles más bajos de riqueza moral de los últimos ochenta años.


“Para ver una situación parecida tenemos que remontarnos a 1931, fecha del inicio de la Segunda República” Afirma el estadista sueco Mesa Leksvik “Y eso, al menos los que no estudian la ESO, ya saben como acabó”. El presidente Zapatero al leer el informe ha declarado a los medios “No gano para disgustos, es que pongo un circo y me crecen los enanos” y ha anunciado que se reunirá con su consejo de sabios para estudiar la situación un día de estos. Mientras tanto ha declarado el estado de emergencia en todo el país.
La situación podría volverse especialmente grave de cara a las Navidades, cuando los Reyes Magos, Papá Noel y el Niño Jesús de Praga, vean que todos los españoles han sido malos y se nieguen a traer los regalos, lo cual podría derivar en una epidemia de depresión infantil y tal vez impulsar al suicidio a los empresarios de El Corte Inglés.
Al conocer la noticia representantes de la Iglesia han hecho publica la siguiente nota de prensa “Ahora os jodeís, por ateos”. Y aunque los sindicatos y diversas ONG han pedido que se abran las iglesias con un horario extendido para fomentar la plegaría y el arrepentimiento, por ahora no parece que tales medidas lleguen a aplicarse. “Un cojón de pato voy a abrir yo la Iglesia” ha declarado el párroco de Santiago el Mayor en Utrera “Que luego se me llena de turistas, deseosos de ver nuestro magnifico barroco por la cara”
Por otro lado y como dato positivo, desde el extranjero numerosos países mucho más ricos moralmente que España han puesto en marcha un sistema de ayudas. Países como Haití, Sierra Leona, Camboya y el Estado de Nevada, ya están enviando estas ayudas solidarias, así como numerosos mensajes de apoyo.
“Rezo mucho por los españoles, porque me dan mucha penita” Asegura Marguerite, haitiana, mientras espera pacientemente que le quiten de encima dos toneladas de escombros.
“Pobrecillos los españoles, eso si es que es un problema y no el que tienen los venezolanos con Chávez” ha declarado Aureliano Buenamañana ciudadano de a pie de Bogotá (Bolivia)
La CEE está estudiando un paquete de medidas que pueden ir desde reparto botellitas de agua de Lourdes por la calle, hasta ofrecer catequesis en los descansos de los partidos de fútbol

martes, 2 de febrero de 2010

Geografia Infantil

Voy colgando las cosas que tengo que escribir para el master, asi cuando esto acabe podré conservarlos como recuerdo.

Empiezo por un texto poetico, para la clase de poesía:

GEOGRAFIA INFANTIL


Dos dientecillos para la sonrisa más grande del mundo, dos estalactitas blancas en la humedad de una cueva rosada que asoma sobre la cima del hombro maternal.
Dos estrellitas azules en un cielo de piel rosada, nueva, perfumada de inocencia que alumbran un rincón de sórdida existencia.
Dos manitas como melocotones meciéndose al viento. Como pajarillos alzando el vuelo, cruzando un corto infinito.
Un pequeño montón de césped castaño coronando una cumbre que espera ser más alta.
Un momento amable, un instante de sonrisa en la cola del banco donde pago la hipoteca

lunes, 23 de noviembre de 2009

Reformas

El poeta es un fingidor
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.

Fernando Pessoa

La Carboneria está de reformas. Necesito un rincón para meter las otras historias, las que no me caben en "La Corte de los Espejos". Hay vida (literaria) mas allá de las andanzas de mis hadas. Si es cierto que escribir es una obsesión podéis considerarme doblemente obsesionada.